¡¡¡Horror!!! Es hora de comer

Recuerdo claramente que, el primer día que pasamos con Sergio en Novosibirsk después de sacarle de la casa cuna pensé: “Al menos con las comidas parece que no vamos a tener problemas”. Creo que ahora lo recuerdo de forma tan vívida p orque no podía haberme equivocado más.

Durante los primeros días el niño comía como un león todo lo que ponías y, además, lo hacía él solito, deprisa y sin rechistar. Sólo había algún problema cuando intentabas cocinar sus platos con aceite o echarles sal (ni tan siquiera una pizca).

Cuando llegamos a casa, al verle todos nuestros familiares se quedaban asombrados y le ponían de ejemplo para otros niños, mayores que él, que no comían solos o eran caprichosos. Una amiga mía llegó a comentar, en tono de broma: “Jo, si va a valer la pena adoptar sólo porque te lo den enseñado”.

Así que, a pesar de que mis múltiples lecturas sobre adopción, no supe (o no quise) ver que se trataba de una primera fase de ansiedad por la comida que desapareció, un buen día sin avisar.

Nuestro perfecto comedor decidió que, como al pare

cer la comida no iba a faltarle, comería sólo cuándo y lo que le apeteciese. Pensando que sería por los nuevos sabores, elaboré un menú con una lista reducida de platos a fin de no exponer su paladar a tantas novedades juntas. Pero daba igual porque aunque ese plato le hubiera encantado otras veces, hoy no quería ni probarlo. Y de esta manera dio comienzo nuestra particular cruz de las horas del desayuno, la comida, la merienda y la cena.

Mi primera táctica fue la del aburrimiento: si no quieres comer, te quedas ahí hasta que te lo comas o, lo que pasaba en el caso de Sergio, te quedes dormido en la trona si haber probado bocado.

El segundo intento pasó por la técnica del hambre. Es decir: si no quieres comer, te vas a la cama y en la siguiente comida volverás a tener el mismo. Lo único que conseguí por este método es acabar completamente desquiciada llorando en los rincones. Porque a cabezota no hay quien gane a un rusito de dos años. Dos días enteros estuvo sólo a base de zumos, agua y leche. Se caía de desfallecimiento pero, aún así no estuvo dispuesto a dar su brazo a torcer.

Y entonces llegó a mi conocimiento la técnica de las tres cucharadas. “Tres más”, es la frase mágica, que, seguida de muchos aplausos y efusivas muestras de alegría cada vez que come una cucharada, ha conseguido que ahora mi vida sea un poco más tranquila.

Ya os contaré si el método sigue funcionando.


1.071 días, 25.704 horas o más de un millón y medio de segundos

Ese es exactamente el tiempo que pasó desde la primera reunión en en la sede de Instituto del Menor y la Familia de la Comunidad de Madrid hasta que Sergio se convirtió en mi hijo para siempre. Una espera que te hace redescubrir cada segundo que, como decía Albert Einstein, “el tiempo es relativo” y para ti pasa especialmente lento, especialmente lleno de miedos, especialmente cruel.

Pero todo llega y, al final, te encuentras, de la noche a la mañana, siendo la madre de un pequeño terremoto de dos años. Piensas que has llegado al final del camino cuando es justo lo contrario. Ahora es cuando empieza la verdadera adopción: la de conocerse, comprenderse, tomarse la medida… tomar un tren que, como muy sabiamente dice mi amiga Chus, “está en marcha” y ha avanzado sólo unos, dos, tres o siete años, en función de la edad a la que el niño o niña se convierte en nuestr@ hij@.

Y da igual lo que te hayas preparado para ese momento. Creo que yo leí todo lo publicado sobre adopción y hablé con gente que ya tenía a sus hijos aquí en un intento de prepararme la mejor posible para lo que estaba por venir. Sin embargo, la mayoría de nosotros no somos del todo sinceros cuando hablamos sobre lo que vivimos o sentimos en el proceso de adaptación (en algún otro momento hablaré de por qué creo que lo hacemos de forma totalmente involuntaria). Y los libros no son más que manuales que, como ocurre cuando te sacas el carnet de conducir, te enseñan las normas de circulación pero no te enseñan a conducir.

Han pasado dos meses y medio desde que Sergio llegara a España y ya he descubierto que, a esto de ser madre adoptiva, sólo se aprende sobre la marcha. Es por eso que pensé que, tal vez, compartiendo el día a día de mi realidad con vosotros pudiera serviros de ayuda para no sentiros tan solas, no sentir que os estáis equivocando constantemente en la educación de vuestros hijos, no pensar que sois malas madres por necesitar un poco de tiempo para vosotras o porque se os pase por la cabeza el irremediable “por qué me metí yo en esto”.

Porque nadie sabe por lo que pasa una madre adoptiva salvo otra que está en la misma situación. Así que, si os apetece, vamos a hacerlo juntas.