Durante los primeros días el niño comía como un león todo lo que ponías y, además, lo hacía él solito, deprisa y sin rechistar. Sólo había algún problema cuando intentabas cocinar sus platos con aceite o echarles sal (ni tan siquiera una pizca).
Cuando llegamos a casa, al verle todos nuestros familiares se quedaban asombrados y le ponían de ejemplo para otros niños, mayores que él, que no comían solos o eran caprichosos. Una amiga mía llegó a comentar, en tono de broma: “Jo, si va a valer la pena adoptar sólo porque te lo den enseñado”.
Así que, a pesar de que mis múltiples lecturas sobre adopción, no supe (o no quise) ver que se trataba de una primera fase de ansiedad por la comida que desapareció, un buen día sin avisar.
Nuestro perfecto comedor decidió que, como al pare
cer la comida no iba a faltarle, comería sólo cuándo y lo que le apeteciese. Pensando que sería por los nuevos sabores, elaboré un menú con una lista reducida de platos a fin de no exponer su paladar a tantas novedades juntas. Pero daba igual porque aunque ese plato le hubiera encantado otras veces, hoy no quería ni probarlo. Y de esta manera dio comienzo nuestra particular cruz de las horas del desayuno, la comida, la merienda y la cena.
Mi primera táctica fue la del aburrimiento: si no quieres comer, te quedas ahí hasta que te lo comas o, lo que pasaba en el caso de Sergio, te quedes dormido en la trona si haber probado bocado.
El segundo intento pasó por la técnica del hambre. Es decir: si no quieres comer, te vas a la cama y en la siguiente comida volverás a tener el mismo. Lo único que conseguí por este método es acabar completamente desquiciada llorando en los rincones. Porque a cabezota no hay quien gane a un rusito de dos años. Dos días enteros estuvo sólo a base de zumos, agua y leche. Se caía de desfallecimiento pero, aún así no estuvo dispuesto a dar su brazo a torcer.
Y entonces llegó a mi conocimiento la técnica de las tres cucharadas. “Tres más”, es la frase mágica, que, seguida de muchos aplausos y efusivas muestras de alegría cada vez que come una cucharada, ha conseguido que ahora mi vida sea un poco más tranquila.
Ya os contaré si el método sigue funcionando.